Opinión
TÚ EN QUE COMISARÍA TE VAS A ENTREGAR


FERNANDO SANTOS URBANEJA
Fiscal de la Audiencia Provincial de Córdoba
Fiscal Delegado de Mayores en Andalucía

 

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Tengo un conocido, un ingeniero que hace unos diez años les hizo a mis padres unas obras en la finca del pueblo, que ya está empezando a preocuparme.
Me pareció un buen profesional, un hombre honesto pero, en lo personal, las cosas no le han ido bien y está por mitad, abatido y asustado.

Al final llegó el divorcio y le recomendamos que llegase a un acuerdo. Esto no es más que el punto de llegada de una crisis de varios años en la que ha sido denunciado dos veces por malos tratos psíquicos. La segunda vez fue detenido y pasó la noche en la Comisaría. Ambas denuncias fueron inmediatamente archivadas en el Juzgado pero creo que el hecho de la detención cambió su vida. Ya digo que siempre me pareció un hombre honesto. Para él, el haber estado “detenido” es una herida que no cicatriza. Y se ha vuelto un poco “hipocondríaco” en términos jurídicos. Utilizo el término que se emplea para quien continuamente examina su salud y constantemente descubre o se diagnostica enfermedades, para referirme a este síndrome de pensar que comete delitos constantemente.

Piensa, además, que lo que le pasa a él nos debe pasar a todos. Hace un par de meses, después de relatarme sus “tragedias” me dijo “¿Tú en que comisaría te vas a entregar?”. La verdad es que me movió más a compasión que a risa y me hizo recordar lo que hace ya bastantes años se enseñaba en la Facultad de Derecho respecto del Derecho Penal. Ordenamiento odioso, reservado para los ataques más graves contra la convivencia. Ello llevaba consigo un mandato claro a quienes hacen las leyes para que no incluyesen en el Código Penal conductas menos graves que, aunque ilícitas, pudieran ser objeto de sanción administrativa (multa) o civil (indemnización). Es lo que se conoce como el principio de intervención mínima.

Hasta no hace mucho tiempo el territorio del Derecho Penal estaba perfectamente balizado, identificado y muy alejado de los lugares por donde habitualmente transita el común de la ciudadanía.

Es preciso reconocer que la eclosión de objetivos difusos, la Agenda 2030, etc., actúan como metas a las que, para su consecución, se conmina con la imposición de una pena a todo disidente.

Leí hace unas semanas que hoy una persona normal, ciudadano medio que se levante a las 8,00 de la mañana y se acueste a las 24,00 horas, aunque no se haya dado cuenta ha podido cometer varios delitos, ya sea de odio, contra el medio ambiente, contra la seguridad vial, etc.

Esto que objetivamente es así, bulle como un volcán en la subjetividad de mi amigo ingeniero, que ve delitos por todas partes y que, antes de que vengan a detenerlo, le causa cierto sosiego pensar que puede entregarse directamente en Comisaría, aunque no sea en la del barrio, para tratar que no trascienda.

Y el mutuo acuerdo que está negociando va regular. Negociar quizás sea una palabra demasiado contundente para lo que le está sucediendo. Negociar, lo que es negociar, está negociando poco. Más que nada aceptar y, si acaso, matizar alguna cosa.

Y por si esto fuera poco, ha aparecido una complicación más.

Mi amigo tiene dos hijas. Una de 21 y otra de 17.

Resulta que la de 17 tiene un gato.

Por lo que me cuenta parecería que “el que tiene el gato de su parte tiene el poder”.

Su abogado le ha dicho que ahora, en los procesos de crisis matrimoniales o de pareja, hay que ocuparse también de los gatos y mascotas en general, que hay que mirar por sus derechos y su bienestar. Y mi amigo piensa en silencio que está muy por debajo de la condición de gato pues por sus derechos y su bienestar no mira nadie.

No sé cómo acabará esto. No quise preguntarle detalles. Me ha dicho que dentro de veinte días tiene que ir al Juzgado a firmar el acuerdo.

Lo siguiente entra de lleno en la crueldad. ¡También esto le tenía que pasar!

Con esto de los grupos de wasap en todas las promociones de antiguos alumnos hay uno que se ha encargado de crear el grupo, rastrear por donde anda los antiguos compañeros y convocar una cenita para re-conocerse.

A mi amigo no le pareció mal. Por fin un rato para viajar a tiempos donde para nada tenía conciencia de ser un delincuente. Lo pasó bien, bebió un poco, casi dentro de la moderación, una copa de vino tinto y un Gin Tonic.

De vuelta a casa, ¡control de alcoholemia! Resultado “0,27” m/l.

Hasta 0,24 m/l está permitido. A partir de 0,25 hasta 0,59 no es delito, aunque si infracción administrativa. A partir de 0,60 m/l ya es delito.

Pues sí, por 0,02 le ha caído una multa y, de algún modo, se le ha venido el cielo encima, incrementando exponencialmente la sensación de delincuente y sus ansias de entregarse a la Autoridad.

Termino aquí esta crónica de un hombre que quizás mereció mejor suerte y mejor destino pero, como en las tragedias griegas, el destino es inexorable; por la suerte ni se pregunta y la Justicia es un concepto irrelevante.

De las tragedias griegas se desprende un mensaje; “Aprenderás con el dolor y del dolor”.

Me gustaría pensar que las cosas le van a ir mejor en el futuro al protagonista de esta historia, pero mi cabeza me dice que va a aprender mucho.